Corrían los años 1945-50. Por aquel entonces había muchos chavales en Corral y una de sus mayores aficiones era la pelota a mano. El frontón del que se disponía eran las paredes de la iglesia y el suelo de tierra. Aunque se jugaba mal, no era obstáculo para que todas estuviesen siempre ocupadas; la parte delantera -más amplia- la ocupaban siempre los mayores; en la trasera se colocaban los siguientes en edad y en las restantes, cada uno como podía.
Las pelotas las solía hacer Bonifacio, un herrero que había en el pueblo. Otros las traían de Aranda, y el que no podía comprarlas, se las hacía él mismo. Para ello se hacía un bolín de tripas de animal del tamaño aproximado de una pelota de ping-pong. Para que el bolín tuviese buena consistencia, se apretaban las tripas con hilo de bramante y luego se cocían. A continuación se rellenaba con tiras de lana, seda, hilo e incluso papel de periódico porque se decía que así sonaba más. Por último se forraban con piel de gato bien sobada para que quedara suave. El forro se cosía con un hilo que usaban los zapateros y lo llamaban cabo. Se cortaban en forma de 8 y se cosían de abajo hacia arriba, pues de esa forma la costura aguantaba más y no hacía daño en la mano. Una vez terminada, se la daba un poco de sebo, pues de esa forma la pelota salía más ligera y el forro aguantaba más.
Los que no podían conseguir gatos ni comprar pelotas, hacían el bolín con tiras de goma (generalmente de cámaras de bicicleta). Las forraban con badana o simplemente cosidas con hilo casero. El otro elemento importante era el calzado que, como se usaban alpargatas con suela de goma y tela barata, no llegaban a durar más de dos partidos.
Por entonces los pelotaris no se ponían nada en las manos, excepto algunas veces, esparadrapo. Por ello se les formaba un cardenal en la palma que dolía bastante y que curaban ¡pisándose la mano!
De aquellos chavales había algunos muy buenos. Por ejemplo, entre los mayores estaban Fausto Argüello, los hermanos Pablo y Valentín Martín, Isidro Arribas, los primos Gerardo, Manuel y Pepe Castro... Luego se incorporó Francisco Mate, que venía de Cedillo; y alguno más que siempre se puede quedar en el tintero.
Cada uno tenía su estilo de juego. Fausto empleaba sólo la mano derecha; Pablo las dos por igual; Isidro, más segura la izquierda que la derecha (estos hacían un trío muy bueno). A mí me llamaba la atención Gerardo, que las daba todas a “machete” (de arriba a abajo), hasta el punto de que si alguna botaba poco, la cogía de rodillas.
En aquel tiempo, se vivía con intensidad la pelota, había mucha afición y se empezaban a organizar competiciones por los pueblos de la zona. Corría el año 1955, aquellos chavales crecieron y ya con 16-18 años, Fausto, Pablo e Isidro ganaron un campeonato en Pajares contra Abilio, Donato e Isidro que eran de Pajares y Cascajares.
En todos los pueblos había gente muy buena: los Sierras de Aldealengua, los Carreteros de Campo, los mencionados Abilio y Donato de Cascajares y, por supuesto, los de Corral. Había buenos partidos y mucho pique entre ellos.
La primera vez que se jugó un campeonato con premio en Corral fue en torno a los años 1956-57. La final fue contra jugadores de Campo. Por Corral jugaban Fausto, Pablito e Isidro quienes, con apuros, consiguieron imponerse.
Con el tiempo, cada vez venían mejores jugadores y de ello se encargaban Liborio Barrio y Fausto Argüello, con la colaboración de algún otro. Los torneos se fueron haciendo en el frontón de la iglesia hasta que en el año 1985 se inauguró el frontón actual en la zona bajera del pueblo conocida como “Carracubillo”. Se siguen viendo buenos partidos ya que acuden pelotaris profesionales. Fausto Argüello, Tomás Barrio y Faustino Domínguez fueron los artífices de que esto sigiera adelante y con buen tino. A pesar de la que la afición es cada vez menor, ya que los mayores se fueron retirando y los jóvenes realizan otras actividades. Actualmente La Asociación La Unidad corre con los gastos y Tomás Barrio se encarga de traer pelotaris de renombre y campeones que nos brindan buenos espectáculos.
Como en todos los ámbitos de la vida, siempre ocurren anécdotas. Así, se podría contar como en una ocasión el Tío Petorro, de Riaguas, en un partido pidió saque libre. Cuando le tocó sacar, puso la pelota en la reguera y ahí se acabó el partido. O cuando se decidió arreglar el suelo de la pared principal de la iglesia y darlo de cemento, y ese mismo día uno de Riaguas pasó el camión por encima y hundió el cemento. Como “agradecimiento”, los mozos no se lo pensaron y le rompieron un pellejo de vino.
Tampoco faltaba la picardía, como la del Sierra de Aldealengua, que para descansar sin que le echasen el alto, se paraba a atarse la alpargata. Este mismo tuvo un desafío con Pablito; éste se confió y cuando puso a funcionar “la repetidora”, como llamaban a su izquierda, era demasiado tarde y no pudo remontar.
En otra ocasión vinieron a jugar unos pelotaris de Madrid pertenecientes a la federación. Por Corral jugaron Valentín, Pablito e Isidro. Se jugó en el frontón de la iglesia en el que la parte trasera el suelo aún era de tierra. Valentín tenía bien cogido el terreno y las jugaba allí. Se las devolvían como podían y él las cortaba y remataba. Los de Madrid hicieron 5 – 0 – 6 tantos. Aquello fue bastante sonado. |